Docente querido, fotógrafo premiado, escritor lúcido y cubano por nacimiento pero cordobés por elección, Tomás Barceló Cuesta dejó una huella entrañable en los pasillos de la ECI — hoy Facultad de Comunicación Social de la UNC— y en el corazón de quienes compartieron con él una clase, una imagen o una idea. Esta semblanza reúne recuerdos de estudiantes y colegas, que lo evocan desde la ternura, el humor y la admiración por su ética, su sensibilidad y su forma de enseñar: con palabras justas y con imágenes que sabían narrar el alma de las cosas.

Por Eugenia Lunad Rocha
Con su cálida sonrisa y acento caribeño, Tomás Barceló Cuesta llegó al país durante el confuso 2001 y comenzó a transitar por los pasillos de la Escuela de Ciencias de la Información (ECI) a partir de 2005, donde se desempeñó como Profesor Adjunto en la Cátedra de Fotografía.
“Aprovechaba todo momento, hasta el mismo examen, para enseñar”. Así lo definió un exalumno por partida doble. Es que, aparte de periodista, fotógrafo y escritor, fue docente de la Escuela. Y, aunque poco lo conoció, Agustín Fabre revivió el día que rindió el final de su materia: “Llevé una foto creyendo que mostraba algo, pero era todo lo contrario. Él la contextualizó y me la explicó”.
Durante algún tiempo, según Juan Federico —egresado y periodista de La Voz del Interior— en el aula se lo percibía como “el segundo” en la Cátedra. Y Alejo Gómez, otro exalumno y periodista de Día a Día, coincide con el punto de vista: “Él era un colaborador de Monjo”. Sin embargo, cuando elegía intervenir, su opinión era “precisa y aguda”, aclaró Alejo, contundente. A lo que Juan adhirió: “Cuando opinaba, cuando enseñaba, lo hacía con una gran seguridad. Cada frase era una oración que Tomás no la decía a la ligera, sino que demostraba en cada una de sus palabras un compromiso”.
Cubano de nacimiento y cordobés por elección, cautivó con sus imágenes y sus obras publicadas a todos los estudiantes, porque él tenía algo que decir y sabía cómo contarlo y mostrarlo. “Yo me acerqué más a él a través de disfrutar sus fotografías y, especialmente, por leer su maravillosa novela Recuérdame en La Habana”, confiesa Alejo y admite que le hubiera gustado tenerlo como profesor titular.
Pese a que llevaba consigo los ideales revolucionarios, Tomás manifestaba una tranquilidad estoica alimentada por su vocación docente, que despertaba curiosidad. “Era el profe piola, que todos adoraban”, define Analía Romero, egresada, redactora y columnista de Euroradio de San Francisco. Y recuerda cuando tuvo que rendir el final de la materia: “Recién en consulta, recibí del profe las palabras que necesitaba para solucionar mi problema existencial sobre qué era un fotoreportaje. Me miró fijo y me dijo: ‘Cualquier foto tiene interés periodístico, tú tienes que encontrarlo y dárselo’”.
El “cubano”, como lo llamaban, era un hombre con muchas inquietudes. Algunas lo llevaron a interesarse por los movimientos sociales, y otras eran plasmadas en su blog Rabia y Ternura. Así fue como, durante una Marcha de Pueblos Originarios, capturó una imagen perenne y obtuvo el Segundo Premio del Concurso Rodolfo Walsh. Pero no solo en nuestro país fue distinguido. En 1996, obtuvo en Cuba el Premio Anual de Periodismo Juan Gualberto Gómez, y en España, en 2006, ganó el Concurso de Cuentos Gabriel Miró con el relato “Mañana estaré muerto”.
Admirable fotógrafo y gran profesor, Andrés Acha —egresado, fotógrafo y periodista de Día a Día— da otras precisiones: “De Tomás creo haber aprendido que la vida tiene poesía”. Y revela: “A veces podemos descubrir, en las fotos, cosas que no vimos en el momento que la tomamos. Y que algo de esto debe ser lo que él llamaba la poética del instante”.
Entre sus obras publicadas se destacan su primera novela Recuérdame en La Habana, Cuentos de la Habana Vieja, Perverso ojo cubano y su obra póstuma recientemente editada El Ojo del mundo, calificada por Hernán Tejerina como una novela breve y ambiciosa que “conjetura un mundo en donde el poder hegemónico de los medios sigue siendo el mejor lubricante con el que funcionan los engranajes de un sistema totalitario”.
Siempre ávido por enseñar, generoso, inteligente, instruido, creativo, apacible, entrañable docente, con un exquisito sentido del humor y talento para convertir en fotografías pequeñas porciones de la vida.
Aún parece verlo por los pasillos de la ECI, silbando alguna melodía que había quedado dando vueltas en su cabeza y esperando en su gabinete el horario de consulta, aguardando para impartir, seguramente, alguna enseñanza que iba más allá de la fotografía.
Creó su blog Rabia y Ternura. porque decía que era la nueva forma de comunicación, ya que la costumbre de mirarnos a los ojos y hablarnos estaba, según él, desapareciendo.
Tomás sabe ya que siempre se lo recordará con ternura, aun sabiendo la rabia que ocasionó su pérdida.
Semblanza escrita por Eugenia Lunad Rocha, publicada en el Boletin de la ECI, en abril de 2011.