Una dosis de poesía

Hay que mirar bien, y captar mejor, parte de lo que acontece en la realidad, con la intención de hallar otros mensajes que subyacen bajo su piel y que, en apariencia, no son vistos. Hay un amplio margen de subjetividad en todo. Y eso es lo fascinante. No se esclarece nada. Es nuestra mirada la que construye algo distinto”, escribió alguna vez Tomás Barceló Cuesta.

Esa declaración funciona como un manifiesto involuntario. Porque en sus fotografías no hay solemnidad, sino revelación. Y también una dosis de irreverencia, de rebeldía. Una mirada poética que no rehúye lo brutal ni lo cotidiano. Que observa con la misma intensidad una escena de calle en La Habana que una pareja besándose en una avenida, bajo una luz oblicua.

El sentimiento poético es inexplicable, como lo es también la poesía. Y yo encuentro mucha poesía —tal vez por la forma en que veo y siento la propia vida— en lo que acontece a mi alrededor”, dijo Barceló Cuesta en una entrevista. Esa sensibilidad fue su modo de estar en el mundo. Y también de narrarlo.

Durante el llamado “período especial” —la crisis económica provocada por el bloqueo impuesto por Estados Unidos— Barceló Cuesta retrató la vida cotidiana de la Cuba con una cercanía tan cruda como tierna. Miradas, gestos, texturas. Su archivo fotográfico es también un testimonio de época que trasciende el dato histórico para convertirse en materia emocional, en atmósfera, en estética.

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